A n i m a l i z a c i ó n


Creo que si el pueblo no toma pronto cartas en el asunto, manifestándose masivamente contra la aparición de las diabólicas modas, relacionadas con atentados contra la moral pública, como es el caso de la sexualidad de los niños, en breve estará España perdida de modo irremediable.
No soy un arribista ni un carcamal ni creo que se me pueda señalar con epítetos de esos que tanto gustan utilizar a estos ‘progresistas’ modernos, para tildar con los mismos a quienes osan pensar y expresar sus impresiones con absoluta sinceridad.

En esta ocasión derramo mi tinta sobre el asunto de las divulgaciones sexuales que se están vertiendo como pestilente lodo, sobre la adolescencia española, como si se tratase de un brillante descubrimiento y un positivo avance sin precedentes en la historia de la humanidad (observe el pecado y al pecador pinchando sobre este texto morado). Yo, sinceramente creo que, el, o los causantes de esta perversa divulgación, están incurriendo palmariamente en un grave delito de perversión sexual a los menores e, incluso, de iniciación a la prostitución de niños, que debieran ya estar en la cárcel. Lo que me sorprende más, es que el defensor del menor, quien tanto se ocupa de vigilar que, a un pequeño no puedan reprenderlo sus padres con un azote familiar, o un pequeño castigo casero, cuando lo tenga merecido, que, por otro lado, es la mejor terapia para corregir a tiempo conductas equívocas de nuestros menores, no tome cartas, de inmediato, sobre el asunto en ciernes.
Creo que se ha mal politizado todo en este país, incluyendo la incipiente libido de los menores, sin que nadie mueva un dedo para remediarlo.
Este asunto es de una magnitud tremenda y abominable. Además de la intromisión manifiesta que supone en las cuestiones familiares, pues estos asuntos, se acometen desde el área de formación paterna. Son ellos, los padres, los únicos indicados para ejercer este menester tan sumamente íntimo.
Los propios protagonistas de la presente comedia, los niños, están alucinados, confundidos y perdidos, ante el papel que se les pide interpretar, en este oscuro acto, el cual se ha ensayado y puesto en escena durante toda la vida de una forma totalmente diferente.

He sido testigo presencial de rocambolescos casos, durante la época en que aparecían aquéllos brotes estalinistas, de progresía radical, en el que algunos confundidos padres con esas malas ideas imbuidas, permitían que sus hijas cruzasen la raya de la libertad al libertinaje, principalmente, en el campo sexual, fomentando la aparición de los más primarios instintos, no del amor romántico. Lo promovían comentando y aprobando delante de las mismas, con pretendida naturalidad, temas relacionados con el amor libre, asociando el sexo recién púber con la diversión, la felicidad y el estado de bienestar. Con tales invitaciones, las inocentes en cuestión, actuaban sin recatos ni miramientos, generando una fuerte adicción sexual que le impedían concentrarse en los quehaceres propios de su edad, como estudiar, jugar, convivir con amigas y, en definitiva, disfrutar largamente de su adolescencia y juventud de manera coherente con la misma.
Por el contrario, comenzaron a practicar un tipo de vida en donde no cabía el respeto, ni el orden, ni el recato, ni ninguno de los valores morales, sociales y espirituales vigentes. Desarrollaron patrones de conducta inspirados en sórdidas anarquías, donde imperaban la promiscuidad, el desenfreno, escándalos, insultos, escaramuzas y el sexo fácil. La sociedad las excluyó. Los padres andaban enloquecidos, sin saber que hacer ante las lascivas conductas de esas pobres víctimas. Culpaban a los demás; a todo antes que reconocer su propia culpabilidad y su inducción a esa vida de polución y desenfreno.
Cuando quisieron dar marcha atrás, ya era tarde, irreversible. El sexo sucio se convirtió en el eje principal de su tórrida existencia. Era tan fuerte la adicción, que tuvo como resultado, una madurez triste y lóbrega, que acabaría recalando en el ejercicio de la profesión más antigua del mundo. Como consecuencia contrajeron enfermedades venéreas y rasgos envejecidos y masculinizados en sus jóvenes semblantes.

Cuando yo era pequeño, crecía una frondosa higuera junto a un rumoroso y fresco caz que alimentaba el rodezno del Molino de En medio, donde yo acudía a ayudarle, en calidad de aprendiz, a mi querido tío y padrino, Antonio Gómez, a recentar y a realizar
trabajos de la antigua molienda. En dicha higuera maduraban unos estupendos higos que, ante mi infantil impaciencia por devorarlos, los sobaba con ambas manos recalcitrantemente, al objeto de conseguir una precoz y rápida maduración mediante este dudoso procedimiento. Los resultados parecían positivos: a los quince minutos hasta tomaban el color maduro de los frutos y se tornaban tiernos y, aparentemente, comestibles. Mas, cuando me los llevaba a la boca, la desilusión aparecía cuando las papilas gustativas mostraban su rechazo al ácido sabor rasposo del fruto inmaduro.
Diez días más tarde pendían de las verdes ramas violáceos, tiernos, maduros, con gotas almibaradas en su base, invitando a su dulce ingesta.
El delicioso atracón estaba garantizado.

Mas, la humilde higuera me enseñó que, tomando sus frutos a su debido tiempo, la nutrición y el placer que produce la ingesta, están plenamente garantizados. Anticiparse, sólo produce frustración.

Igual que la higuera de mi infancia, los niños tienen un tiempo para todo, y, durante cada espacio del mismo, van aprendiendo por sus propios medios cuanto es necesario saber para el acarreo de sus adolescentes gozos. No es necesario forzarlos con equivocadas prácticas, como la de la higuera, ni otras análogas. La vida, mediante los juegos, los sueños y la comunicación generacional, los pone al corriente de todo lo necesario para los inicios del erotismo; siempre, bajo el atento seguimiento de sus tutores. No precisan ni de más ayudas, ni de sofisticados y aberrantes métodos, -como los que se pretenden probar con las criaturas- para aprender lo que, por naturaleza, llevan inscrito en los genes más adelantados, como las dotes congénitas de que gozan algunos seres, que les posibilita ejercerlas, nada más nacer, como es el mamar, nadar, caminar, etc. etc.

Lo que pretenden conseguir con ese adoctrinamiento sexual, es pervertir peligrosamente a la adolescencia.
En mi opinión, las obscenas imágenes con que se ilustran los ‘aleccionamientos’ en solfa, resultan de lo más inmoral y vergonzante que he visto a lo largo y ancho de mi vida, en este sentido. Es, exactamente una animalización del sexo lo que pretenden conseguir estos paladines de la progresía. Lo cual le va a producir un daño inconmensurable a toda la futura sociedad. Progresará de manera alarmante el homosexualismo; la zoofilia; la promiscuidad; la poligamia; los abusos sexuales; las violaciones…

A largo plazo, el mal, siempre acaba ganándole la partida al bien; y, desde luego, en nuestra era, la ha ganado y con creces. No sólo en el aspecto del asunto que nos ocupa, sino, en todos los frentes.

De esta manera, pronto, si prosperan estas abominables pautas de conducta, viviremos una nueva Sodoma y Gomorra del siglo XXI.

E.V.S.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Así es Emilio. En nuestro afán por darles a nuestros hijos todo mascado y en nuestro afán por demostrar que somos más progres y más modernos que nadie, les estamos quitando la oportunidad de que por sí mismos, como hemos hecho nosotros, vayan conociendo los misterios de su cuerpo y las emociones del mismo a su debido tiempo. Nunca antes nos habían aleccionado de ello y no hemos llegado tarde para aprenderlo hasta cansarnos. Donde vamos a llegar.....