FERIA Y FIESTAS DE EL BOSQUE



El San Antonio que fue
Los primeros ‘sanantonios’ que recuerdo se remontan a la remota década de los 50. El alborozo y la hilaridad se articulaba en los pequeños corazones de mi generación, los 20 o 30 días previos a su celebración, cuando nuestras madres se afanaban en hilvanarnos los trajecitos de opal, sin forros, en la confección de una camisa de percal y encargarle a ‘Teresa la Quinienta’ los únicos zapatos que estrenábamos en el año, cuyo recuerdo me trae al paladar de la memoria el olorcillo que desprendía su interior, y, que, no sé por qué, a mí me encantaba olfatear .
Tras las repetidas pruebas –que nos resultaban terriblemente onerosas, aunque las soportábamos estoicamente, por la simbiosis de magia e ilusión que suponía todo lo relacionado con las fiestas de San Antonio- quedaban los trajes bordados y listos para su estreno.

En el colegio nos empleábamos los alumnos frenéticamente, en confeccionar las largas hileras de banderitas y gallardetes que adornaban el cielo de las calles de El Bosque.
¡Cuán bonito resultaba aquel comunitario espíritu entre la vecindad, repleto de entusiasmo, ilusión y creatividad!
Cualquier exiguo evento era motivo de desbordante felicidad. Paradigma, los humildes sanantonios en solfa, cuya puesta en marcha no precisaba de fuertes inversiones pecuniarias, ni de grandes despliegues de medios, ni de orquesta sinfónicas altisonantes acompañando a celebérrimos cantantes… Sólo de un público entusiasta y entregado, dispuesto a colaborar filantrópicamente en tales menesteres al cien por cien, y con ganas de divertirse sanamente a costa de muy poco.
Felicidad sencilla que, libre de modernos estupefacientes y otras toxicidades extremas, en nada producía menoscabo a nuestra salud.

Las amas de casa contribuían de forma activa y entusiasta en asegurar el éxito de la celebración, enjalbegando las fachadas de sus casas con la domada cal, que deslumbraba la vista de los transeúntes. Y qué decir de las flores que prendían en improvisados tiestos de hojalata, colgados a ambos lados de las jambas de puertas y ventanas, además de las pequeñas cascadas de geranios, rosarios y clavellinas que se precipitaban por balcones y antepechos.

Los puestos de turrón, como el legendario de ‘María la turronera’ de Ronda, saga que sigue recalando en el presente en nuestra plaza de la Constitución, representada hoy por su heredero, Pepe, quien es considerado en nuestro pueblo como otro vecino más, y nos visita cargado de abalorios, globos, trompetas, garrapiñadas, artilugios varios y, por supuesto, el clásico turrón, en su modernas casetas que, en nada evocan a las del pasado; las cunitas de ensueño; columpios para los más osados; las casetas de tiro, con premios de muñequitos, bolas dulces, cigarrillos y caramelos; tómbolas, (la del célebre Bartolito, que la animaba con cantes por bulerías, pasodobles y aires antiguos: “Que bichito será,/ qué bichito…/ Unos dicen que si,/ otros dicen que no:/ ¿No será ese bichito el amor?…”) (sic); tenderetes variopintos; un hombre de hondos surcos en la cara, con una canastilla al costado y tocado con mascota, deambula vendiendo bastones, martillitos y otras figuritas de azúcar tostada, en múltiples colores, dotados de un palito, que el mismo elabora en la posada, tal cual los Chupa Chups de hoy; vendedores de helados y polos, que extraen de las entrañas de un carrito con cimera de blonda: “¡Mantecado helado!¡Al rico helado!” Todo este género de farándula iba tornando, durante las vísperas, nuestras humildes calles mudéjares, en un regocijante pabellón de construcciones livianas, que dilataba nuestras pupilas de asombro e inenarrable regodeo.

Vallaban la Verbena Municipal para que pudiera autofinanciarse con el importe de las entradas. Dentro del recinto, en la fachada lateral de la iglesia, se instalaba un tenderete sobre un viejo mostrador, donde se impartían bebidas alcohólicas, generalmente, de escasa calidad, salvo las que solicitaban los más pudientes, -medias botellitas de Tío Pepe-, que suscitaban la curiosidad de quienes debían conformarse con mosto, o, en el mejor de los casos, con vino Blázquez a granel. La caña de cerveza no existía aún y ésta se servía en botellines. El refresco más común lo constituían las botellonas de ‘agua de sed’ o sifón, presentadas con un singular tapón de bola de cristal, accionado por un ingenio de palanca que lo cerraba herméticamente. La casera también comenzaba su andadura, y era muy demandada por las señoras, (entonces no bebían ni fumaban, excepto alguna demonizada excepción) la adolescencia y la juventud.

Aún no se había ejecutado la obra del Ayuntamiento, el cual se encontraba ubicado frente al bar El Tabanco. En su lugar, en el lugar que hoy ocupa el Cabildo, se ubicaba la fonda de ‘La Pacheca’, bajo cuyo techo vivió el insigne poeta D. Julio Mariscal Montes, que ejercía en aquel tiempo como maestro de escuela, en el Colegio Público José Antonio Primo de Rivera, de nuestra Villa.

El tablado de la orquesta, se mantuvo de forma recurrente, muchos y felices ‘sanantonios’, dulcemente ocupado por los jóvenes componentes de la entrañable y maravillosa orquesta, denominada ‘Emilio y sus muchachos’.
A esta cuestión habría que dedicarle un largo capítulo, por lo relevante que resultó la presencia de aquel inolvidable conjunto musical, para todos nosotros: pequeños y mayores.
Eran geniales. Cuando Emilio se empleaba en las cadencias y arpegios del ‘Torito nevao’: “Ya está el torito apartao/ para la feria de Utrera;/ bonito y bien presentao;/ envidia de la Rivera”… O ‘El cantarillo de Adriana’; ‘Esperanza’; ‘Patricia’… Se sumía toda la población verbenera en un verdadero éxtasis, que propiciaba las más cordiales relaciones entre los asistentes y, entre los jóvenes más románticos, idilios platónicos, que acababan con fugaces besos que se estampaban en las mejillas de las sorprendidas chicas, quienes respondían al halago con una sonora bofetada de la época.

De Zahara acudía una histórica banda de música, algo rudimentaria por falta de medios y presupuesto, pero que, en fin, cumplía con su objetivo de amenizar las mañanas, despertándonos con pasacalles y dianas que, al menos, hacían las delicias de los más pequeños. Años después, la Comisión de fiestas, contrataba a la Banda Municipal de Ubrique, donde tocaba un querido paisano nuestro, Fernando Heredia. Ya aquella era una banda organizada, con director y partituras, y temas variados para cada ocasión: por las mañanas Dianas; Himnos en la procesión; conciertos a mediodía; por la tarde, pasodobles en los toros…

Hablando de toros, me ha venido a la memoria la plaza, de ejecución artesanal, en que se celebraban las ácratas novilladas:
La ejecución corría a cargo de Curro ‘Salmerón’, quien se agenciaba unas tremendas pilas de rollizos de chopo y montones de tablas de la misma madera, y, como un puzzle, iba colocando con aguda destreza y maestría cada una en su sitio, hasta formar un formidable coso, con sus correspondientes tendidos de sol y sombra, la barrera y garitas -que parecían fortificaciones militares del legendario Oeste americano- y tendido. A propósito, -dicho sea por la curiosidad obsoleta que pueda suscitar en la actualidad-, los chicos más concupiscentes, se colaban en el angosto espacio que quedaba bajo el graderío, a fin de divisar a hurtadillas por entre las rendijas del entablado, las deseadas piernas de las chicas. Ese avatar constituía toda una aventura que, con verdadero entusiasmo, contaban a todos los demás compañeros, a fin de compartir los adolescentes gozos.
Eran vaquillas lo que se toreaba entonces. Los diestros que recuerdo eran El Pato; El Nini; El Niño de la Sierra; y, en ocasiones, hasta Matías Ramírez (padre), empujado por su fuerte afición, se lanzaba al coso, sorteando la vaquilla cimarrona, con cierto estilo. La lidia la ejecutaban con traje campero y sombrero de ala ancha. Siempre salían a hombros. Creo que, en lugar de recibir emolumento alguno por su faena, debían de aportar de su peculio particular, para colaborar en la compra de las descritas vaquillas.

La salida del Santo Patrón en procesión, constituía toda una multitudinaria manifestación de júbilo, amenizada por los regios sones del Himno Nacional, interpretado por las bandas de turno. Los siseos, el humo y las descargas de los cohetes, habitaban el espacio azul de la mañana procesional; las campanas lanzadas con furor al vuelo, daban cobertura sonora al sagrado acto. Ese maremágnum levantaba el espíritu y el ánimo de los bosqueños, propiciando descargas de endorfina, que se traducían en encendidas voces de los participantes, proclamando vivas a San Antonio de Padua.

El segundo día de S. Antonio celebrábamos la tradicional romería; en el mismo recinto en que se celebra en la actualidad, en Los Cañitos. El agua brotaba con más profusión que hoy. Los romeros, apiñados en torno al Santo Patrón, lo acompañaban cantando aires regionales y sevillanas de la época: “Debajito del puente suenan tres voces/. Suenan tres voces, Manolo de mi alma…”
Ya en el recinto, nos acomodábamos bajo los árboles, donde se desembalaban los alimentos y bebidas. Mientras alguien quedaba a cargo de las viandas, el resto se dispersaba entre el gentío, los jinetes y los tenderetes que vendían abanicos, gorras, caramelos… Otra vez el hombre de los surcos en la cara, pregonando sus almibarados bastones y martillitos de azúcar tostada. Un hombre enjuto y bajito, venido de la vecina población de Grazalema, sortea cubiletes, mediante el típico procedimiento de las cartas.
En un lugar principal, un entrañable poeta canta, al ritmo de un viejo acordeón, la composición de “Los perritos”. Es el conocido por el célebre hipocorístico de ‘Chiriguay’: …”De los cuatro que quedaban/ uno me lo pilló el tren;/ compañerita del alma,/ ya sólo me quedan tres,/ ya sólo me quedan tres”…

Emilio Vázquez Sarmiento – Junio de 2010
http://www.emivazquez.blogspot.com/com/

Esta es mi aportación al Programa oficial de la Feria y Fiestas de El Bosque 2010

1 comentario:

De Lorenzo Román. dijo...

Emilio has hecho una descripcion muy emocinante de las fiestas de San Antonio de antaño. Yo recuerdo
muchas anecdotas de las que tu te haces eco. Por eso quiero felicitarte por hacerme recordar la emoción y el entusiasmo con el que vivíamos las fiestas la gente de aquella época. Cierto es que ya nada es igual, que los tiempos han cambiado, que ahora no hay trajecitos "pa sanantonio..." ni vienen los "voytomas" que tanto nos ilusinaban... Querido amigo ya no se vive asi, por que hasta nosotros hemos cambiado. Por una circunstancias u otras ya el Sanantonio no se vive igual...
Espero que tengas unas felices fiestas de Sanantonio.
Abrazos