EL DÍA DESPUÉS




Todo es alborozo y alegría esta mañana y por la tarde en el contexto infantil. Lo niños acompañados de sus padres y rodeados por amigos y compañeros de colegio, invaden dulcemente todas las plazas y pistas de mi pequeño pueblo de El Bosque, exhibiendo y disfrutando de los fabulosos regalos que les han puesto los Reyes Magos:

Bicicletas; patines;  patinetes; cochecitos eléctricos; aviones que vuelan de verdad; las típicas muñecas, que lloran, ríen y, hasta se hacen pipí de la forma más realista; trenes eléctricos que hacen las delicias de sus acreedores, y las más diversas modalidades de juguetería que uno pueda imaginarse.
Un rato estuve por la tarde con mis nietas en una pista cercana de cemento, y, ya digo, era todo un espectáculo regocijante ver y oír la sonora algarabía que organizaba la chiquillería, empleándose en manejar sus sofisticados juguetes, repletos de dicha y  disfrutándolos hasta la saciedad.

Una de mis nietas, incluso me invitó a dar un paseo en su bicicleta, invitación a la que no me supe negar; lo hice, pero con gran dificultad pues, apenas cabían mis piernas entre los tubos del ‘cuadro’, además del tiempo que llevo sin practicar el ciclismo, lo que motivó el quebranto de mi estabilidad y equilibrio, y, a punto estuve de desplomarme.

Pero ellas rieron jocosamente como si de una payasada se tratase. ¡Qué bien lo pasan los críos! Yo gozaba con sus goces y, como casi todo el mundo, pensaba para mis adentros: “Ojalá y el futuro no les depare malas pasadas, y que el próximo año y los venideros, también puedan disfrutar de sus juguetes navideños“. ¡Son tan pequeños y felices!.. Para ellos el mundo es un paraíso hecho a la medida de su felicidad. Todo es de color de rosa, y, supongo, imaginan que todo seguirá siendo igual en el futuro. Mejor dicho: ignoran por completo el futuro y viven el presente del día a día como el dorado sueño y la fantasía que constituye para ellos la vida.
Cavilé largo rato  mientras ellos giraban una y diez veces en torno a mi persona, haciéndose notar con bruscas frenadas y sueltas de mano, al tiempo que me miraban como congratulándose de sus lúdicas aptitudes.

La tarde declinaba y el frío se hizo presente acabando con las delicias del  mágico crepúsculo, y abandonamos con desazón la pista. Ellas se despidieron con sendos besos y se refugiaron con sus madres en casa, donde, tras la larga y hermosa jornada, quedaron fritas al momento, olvidando, incluso, la cena.

3 comentarios:

ARO dijo...

En esta última foto pareces Induráin.

De Lorenzo Román. dijo...

¿ Dónde se ha quedado el pelotón...? Indurain era un aprendiz a tu lado...
un saludo.

Flamenco Rojo dijo...

Emilio, eres como un niño!!!