L A 'S A B I A ' Y ' E L D E L O S H U E S O S'

Las supersticiones, el esoterismo, el ocultismo la milagrería, las mancias, la santería,… van de la mano de los tiempos, es decir: de una mano asida a las calendas y de la otra al subdesarrollo, que, es en suma, el principal vivero de la ignorancia, que es quien a su vez, alimenta esas transitorias actitudes, las cuales, lógicamente, se van desvaneciendo paulatinamente con el paso de los tiempos, a medida que nos vamos nivelando en cuanto a desarrollo y a cultura se refiere. Aunque aún, quedan numerosos asentamientos en buena parte del mundo, donde se toman muy en serio las cuestiones de brujería, hechicería, vudú, zombis, etc.

Pero, en fin, este breve y exiguo prefacio viene a colación a lo que a continuación se relata sobre los temas en solfa.
Dicho esto, narraré una historia (bueno, aún no he podido comprobar si de una historia verdaderamente se trata, o es una leyenda que, de lo inverosímil, al pasar de boca en boca, va tomando visos  en el terreno de la verosimilitud).
Esto aconteció en la posguerra española. Quien suscribe no había nacido aún, pero lo explica así algún que otro superviviente que asegura haber estado presente en el avatar, o de oírselo decir a los autores que lo protagonizaron:

A la entrada de Ubrique, en un lugar llamado  (La curva de las pitas), casi en el margen derecho de la vieja calzada que conducía al bello municipio serrano, cuajada entonces de guijarros y conglomerante, se asentaba una casita vetusta de campo, donde vivía una mujer, a quien se le atribuían poderes sobrenaturales,  que la conocíamos en la comarca como ‘La sabia de Ubrique’. (Digo conocíamos, porque ya, después, nací yo, y tuve la oportunidad de conocerla personalmente, claro que, veinte años después de esta anécdota a que nos referimos).El ejercicio de dichos ‘poderes’ le proporcionaba un peculio extra que le venía de peras para ayudar a la triste economía de su humildísimo hogar, recibiendo visitas (cobrando ‘la voluntad’) de perturbados; de enfermos aquejados de todo tipo de patologías; arrieros a quienes les había desaparecido un burro; otros que aseguraban haber sido víctima del  mal de ojo, los verrugosos; 
 los ganaderos a los que ‘recetaba’ torvisca si alguna res  no podía, durante un  parto difícil, echar las ‘pares’ (placenta). Hasta había desesperadas madres que acudían por saber que había sido de sus hijos, de quienes no sabían nada desde que, años atrás, se incorporasen en el Servicio Militar que precedió a la cruenta Contienda Española. En fin, un clientelismo cargado de males y vicisitudes diversas, que acudían convencidos y autosugestionados plenamente, y confesaban sus desventuras a la pitonisa de Ubrique con la plena convicción de que ella estaba en posesión de la facultad que iba a resultar la panacea de todas sus desdichas. Era la fe; la fe que, sin la misma y sin pan (que no lo había entonces), la vida se trocaba en durísima subsistencia. Y, daba sus frutos, digo si los daba: fueron numerosos los visitados por la descrita ‘sabia’ los que volvieron totalmente satisfechos con los resultados de la ‘terapia’ desarrollada por la mujer, que, a la sazón, era analfabeta; como casi toda persona de la España cañí de la durísima posguerra.
Con ese mismo sobrenombre de ‘sabia’ y por idénticas razones las había en Ronda; en Montejaque; en La Estación de Gaucín… Aunque el predominio de estas artes misteriosas siempre lo vestían con faldas, también eran hartamente conocidos como ‘sabios’ algunos del sexo ¿fuerte?  Mas, gozaban las mujeres ‘sabias’ de la preferencia de los pacientes, y las visitas a los curanderos eran menos frecuentes.


 Aunque existió uno en Montejaque, (El tío de los huesos) especializado en fracturas; esguinces, luxaciones, etc., cuyas dotes se dice, eran maravillosas: si a alguna persona se le “salía un hueso” y solicitaba sus servicios, con sólo dedicarle cinco minutos, podía salir corriendo si la luxación la padeció en cualesquiera de las piernas; igualmente, si de un brazo se trataba, hasta olvidaba el afectado el cabestrillo que inmovilizaba la extremidad correspondiente una vez intervenido, en la ‘consulta’, y regresaba totalmente liberado de su dolorosa afección. A éste curandero nunca le faltaban las visitas, acudían gente de El Bosque, de Prado del Rey, de Grazalema…, de los lugares más apartados de la comarca, pues, como digo, sus actuaciones terapéuticas resultaban maravillosas.

 
Se rumoreaba intensamente que lo denunció un médico licenciado de mal agüero, celoso y envidioso por sus extraordinarios logros en sus intervenciones en las osamentas; y compareció el de los huesos en los tribunales acompañado de un enorme pollo; un gallo de corral de agudos espolones que cantaba, saltaba y volaba con la energía de un águila imperial. Solicitó la anuencia de la Sala para experimentar su habilidad con el pollo, argumentando que era el único recurso de defensa de que disponía,  gracia que le fue concedida por el Juez de Instrucción, quien consideró e intuyó las diestras aptitudes de aquel hombre fornido, de poderosas manos de dedos pezuños y  brazos robustos como tueros.

Comienza la Vista tras golpear el juez el mallete sobre el soporte de madera, exponiendo la acusación del galeno, muy bien organizada por el letrado que lo patrocinaba. Una vez acabado el turno del Alegato de la parte denunciante, se le concede la palabra al señor de Montejaque, quien, ni corto ni perezoso, soltó el pollo por la sala, lo que protagonizó un pequeño revuelo entre los asistentes, quienes se cubrían el rostro con el antebrazo a modo de protección ante la amenaza que constituía los arranques del gallo, que anduvo a saltos y a volapiés, hasta que el considerado juez le instó a que lo inmovilizara, al tiempo que le preguntaba qué suponía tan extraña intervención.
“Un momento, señor juez, que se lo explico con hechos mejor que con palabras”.
“Proceda, y vaya con cuidado con el ave vaya a picarle o clavarle los espolones a cualquiera de los comparecientes”.
“Cinco minutos, señor juez, y habremos acabado”.
Sus poderosas manos agarraron al pollo con firmeza,  con tacto y maña, para no hacer sufrir al animal más de lo necesario; y, comenzando por las patas; invertiría tres o cuatro minutos en descoyuntarlo, soltarlo y dejarlo totalmente inmóvil en el suelo. El animal, con los huesos desencajados, no podía mover más que sus aterrados ojillos.
El silencio se hizo general en la Sala, donde todos los comparecientes creyeron al animal muerto, tras sopesar la algarabía organizada minutos antes por el mismo, cuando aún tenía los huesos en su sitio.
El mutismo terminó, cuando con la misma habilidad acabó articulando las extremidades del pollo, soltándolo a continuación, el cual, asustadísimo, al sentirse dispuesto por la rápida intervención ‘quirúrgica’ de su dueño,  se escapó volando y cacareando por la puerta de la calle, por donde emprendió una loca carrera, ante la estupefacción de los asistentes que también corrieron hasta dicha puerta por no perderse tan inédito espectáculo.
Hubo murmullos e inicios de aplausos entre el gentío, pero, dos sonoras mazadas que el juez propinó con el martillo judicial, fueron suficientes para que, raudos, cada cual se ubicara en su sitio.
Como en el estrado no había más que hombres, el juez, obviando al abogado defensor del galeno, se dirigió a la sala con esta alocución:


“ Señores litigantes, ante la sorprendente demostración de traumatología avícola desarrollada ante nuestra presencia por el acusado para demostrar su inocencia, es decir, el prodigioso don con que está dotado, no es necesario ni ser médico ni veterinario,  ni estar dotado de gran inteligencia, para comprender, que lo que practica éste señor, es verdadera ciencia, ciencia que le ha sido aleccionada por la Naturaleza que es la esencia de todo lo existente, pero que no dispone de Facultades ni Paraninfos, ni profesores que puedan impartir estudios ni conceder orlas ni títulos universitarios que es la única licencia que necesita este ilustrísimo ‘traumatólogo’ para convertirse en una celebérrima eminencia universal en este contexto. Mas, tampoco poseo el poder divino que me permita otorgar licencia para que continúe ejerciendo su brillante ‘carrera’, por la carencia del título correspondiente; empero, tampoco será perseguido por la justicia que me honro representar en los términos de mi jurisprudencia aunque en ello me vaya el digno puesto que ostento como jurista, porque entiendo que, dejando las cosas como están, ahorraremos muchísimos sufrimientos a los traumatizados pacientes que acuden en busca de sus honrosos servicios. Pues todos somos testigos de la asombrosa experiencia aquí realizada, y hasta el propio doctor demandante, habrá de reconocer que son tan prodigiosas sus aptitudes para sanar, que ningún hospital del mundo podría resultar más eficaz y certero en sus curaciones”.

El médico hubo de reconocer ante la audiencia que el juez llevaba toda la razón y, no volvió a molestar más al sanador. Por el contrario, se hizo buen amigo y ‘alumno’ suyo, como lo demostraron sus frecuentes visitas a su domicilio de Montejaque.

Tal vez llevado por el impulso que concita  el recuerdo del portentoso ‘hombre de los huesos’, he alterado el orden de los relatos, adelantando los hechos de éste, al  de los acontecimientos de la ’sabia’ de Ubrique.
Así, pues, nos ceñiremos nuevamente a las vivencias de la santera del vecino pueblo de Ubrique, que, por aquellos entonces sería veinteañera, a juzgar por los datos que averiguaremos  más adelante; aunque casada sí debía estar a juzgar por los tenderetes fabricados con cuerdas  de tomizas, que se estiraban en el aire, a la altura del tejadillo, cargados de lo que usábamos entonces como ropa, entre la que tremolaban sendos y enormes calzoncillos y otras prendas íntimas de muselina, y masculina a la sazón. Girones de la indumentaria interior de ella, ondeaban en otro lugar más discreto y separado de la entrada para que no surgieran los malos pensamientos, (sería).
Bueno, pues un buen día, aunque ya llevaban varios planeando la visita, ignoro si se efectuó por curiosear o para tratar alguna dolencia de los visitantes, tres paisanos se hicieron de un burro prestado, y decidieron emprender viaje a Ubrique, a lo de la ‘sabia’ cabalgado por uno de ellos cada media hora para no cansarse, también llevaban unas alforjas con víveres y varios chorizos para regalar a la pitonisa cuando hubieran acabado la consulta.
Era primavera, aunque no sé con exactitud de que año; por los datos que conozco debió acontecer en la década de los 40-50; todo estaba muy verde, el avance de la flora flanqueaba la carretera de arbustos y foresta que, suponía un alivio para el estómago del asno, que la mordía con ansiosa fruición casi de continuo.
Ya llevaban recorridos más de diez kilómetros y, aunque se turnaban usando el aparejo del rucio, el calor y el cansancio les hizo buscar una sombra para descansar y tomar un refrigerio. Quien más lo agradeció fue el cuadrúpedo que se empleó con la yerba usando su ruda dentadura como una guadaña cercenándola a diestro y siniestro.
Mientras tanto, se alimentaba el trío y saciaban la sed con agua tibia por el efecto del calor, pues el hielo no se conocía aún, al menos, por estas latitudes, conversaban y reflexionaban sobre el asunto que se traían entre manos; quiero decir, la visita a la ‘sabia’; ya se supo por la revelación de sus impresiones, que no creían en tales poderes ni en el esoterismo que envolvía la fama de aquella buena mujer.

 Entonces, en sus elucubraciones, consideraron una estupidez  regalarle a la ‘sabia’ los tres chorizos, una mercancía que podrían esconder y llevarle sólo uno; “que ya con uno”… Total que ocultaron entre las ramas interiores de un lentisco los dos restantes antes de reemprender el camino. Porque si lo dejaban en las alforjas –pensaban- “la tía puede descubrirlos cuando saquemos las botellas vacías para que no las llene”.

Llegaron al lugar donde se ubicaba la casita de la ‘sabia’. Vocearon a la puerta de la angarilla de palo y alambres de púas, y no tardó en salir una persona a recibirlos, que no era otra que la ‘sabia’; el marido estaba ausente haciendo sus labores de campo en la pequeña finca rústica. Ella parecía estar encinta, y vestía con un vestido viejo de colores desvaídos y un largo delantal oscuro con el que secaba las húmedas manos, pues parece ser que fregaba cuando llegaron los ‘pacientes’.

La señora ya estaba acostumbrada a recibir visitas de ese tipo y no se sorprendió; hasta tenía su propia filosofía sobre la cuestión, y le daba en la nariz cuando algún paciente venía con la intención de tomarle el pelo. Es decir, que los calaba, como decimos por aquí. (Además, siendo ‘sabia’)…
“Buenas tardes” -Exclamó a trío y de un modo algo  irreverente la recién llegada comitiva.
“Vengan ustedes con Dios” –Respondió la educada mujer con acento marcadamente ubriqueño, mientras invitaba a pasar al  grupúsculo.
El que iba a la grupa del animal se apeó con un gemido lastimero, mientras los dos compañeros soltaban el alambre que sujetaba la parte superior de la angarilla. Metieron la bestia y la amarraron facilitándole antes un cubo de agua que le proporcionó la señora para que abrevara.
De la puerta de la casa pendía una cortina recosida, que la mujer elevó invitándolos a pasar al interior.  Acto seguido les proporcionó sillas de enea, donde tomaron asiento alrededor de una mesa los hombres, seguido de la mujer que lo hizo tras despojarse del delantal y colgarlo en un gancho sobre la rugosa pared, en un viejo sillón con asiento elaborado de tomiza.
Sobre la mesa de encina se asentaba un icono   místico, al que le encendió cuatro velas previamente.
“Ustedes dirán”. - Prorrumpió la ‘sabia’ dirigiéndose a los ‘clientes’.
El más listillo de los tres, Juan, respondió comunicándole que Pepe, un compañero aquejado de eventración que estaba a su lado, sufría de fuertes dolores de vientre que no le desaparecían con purgante ni apósito alguno, motivo por el cual, habían recurrido a su ayuda, espoleados por la fama tan extendida de las numerosas curaciones que, como ‘sabia’ practicaba.

Por otra parte, mi otro compañero, padece fuertes dolores de cabeza que no lo dejan ni dormir. Y a mí me han echado el mal de ojo y me siento flaquear por día sin que acierte a curarme el médico de mi pueblo de El Bosque, y antes de empeorar quiero que usted me dé su opinión por si esto va a peor.
La ‘sabia’, tras escucharlos atentamente, miró detenidamente a los ojos de los tres, observando con reticencia y con mayor atención al que llevaba la palabra. Y se dispuso a comenzar  el ritual esotérico que la llevaría a escrutar los entresijos internos de sus cuerpos y de sus mentes.
Nada les dijo. Se concentró mirando fijamente las velas y el icono, cuando, súbitamente, dobló el cuello y se empleó musitando unos inaudibles rezos y oraciones que la llevaron a un profundo trance en pocos minutos. Se levantó como inconsciente del sillón de tomiza acercándose a los estupefactos clientes, tomando con la suya la mano del más cercano, y con la diestra la frente del mismo. “Cuál es su nombre”. –Interrogó con una voz de ultratumba, que nada tenía que ver con la que se comunicaba en estado normal. No sólo cambió el tono, también desapareció como por arte de magia el anterior deje ubriqueño, y se expresaba en un  castellano perfecto, como una persona licenciada y culta, no provinciana.

Ante el asombroso cambio experimentado por la ‘sabia’, los de El Bosque se miraban anonadados, con ganas de salir corriendo, sin decir palabra, bueno, sí, Juan le sugirió al interrogado por lo bajini que contestara, porque se había quedado mudo, mudo de estupor; no podía articular palabra. Al fin, balbuceante, le facilitó a la mujer cuantos datos le pidió.
Soltó la mujer la mano del paciente, para pasársela lentamente alrededor de su orondo vientre. La mano que tenía en la frente la apretó más oprimiéndole el frontispicio hasta causarle molestias al de la barriga, cuya cara palideció como la cera ante las maniobras y efectos que observaba durante la intervención de la ‘sabia’.
Retiró ambas manos en silencioso gesto y, sin salir del profundo trance en que se encontraba, se dirigió al segundo, tomando también su mano con la suya y repitiendo con la otra el gesto de la frente; mientras tanto no dejaba de mover los labios como leyendo en silencio. Se dirigió al tercero, Juan, y con ambas manos manoseó cautelosamente su cabeza, dedicando a la zona ocular un poco mas de atención, dando por terminada la sesión con esta última maniobra.
Los tres quedaron de pie, firmes y quietos como estatuas, conmocionados por la extraña experiencia a la que estaban asistiendo. Ni se miraban ya entre sí. Únicamente giraban la vista para observar los movimientos sibilinos de la curandera.
Ella tomó asiento con algo de cuidado, y se le fue pasando el trance como una borrachera. Consciente ya, se dirigió a los amigos con su lenguaje y su marcado acento ubriqueño con estas palabras: “Usted (le hablaba al de la eventración) debe fajarse fuertemente el vientre y procurar no comer grasas y, sobre todo, no se agache para nada. Solamente le aconsejo que se tome dos tazas de jugo de cebolla hervida todas las mañanas en ayunas; antes de un mes notará el alivio si me hace caso”.
Los tres visitantes seguían de pie mientras la ‘sabia’ diagnosticaba.
“Sentarse, por favor”. –Les invitó la ‘sabia’ mientras se acercaba al paciente de la cefalea:
“Usted debe ponerse un apósito en la frente, consistente en dos rodajas de pepino con una venda, siempre que le duela la cabeza. Cuando pase el tiempo de los pepinos, puede sustituirlos por rodajas de papas. El efecto siempre será paliativo, no curativo, porque esa dolencia no se cura”.
“A usted (dirigiéndose a Juan) no es necesario ‘recetarle’ nada porque nada padece. Además lo sabía antes de decidirse a meterse en mi vida con sorna que, espero, sea una actitud que haya cambiado con la experiencia adquirida durante mi actuación, gracias a la gracia que me ha sido concedida por el Todopoderoso desde muy pequeña, para hacer el bien a nuestros semejantes. ¡Ah!, y el chorizo que pretende regalarme puede quedarse con él, ya que les va ha hacer falta, porque los que escondieron ustedes en el lentisco, se lo acaban de comer dos perros asilvestrados que lo olfatearon desde sus cubiles”.
No podían dar crédito a lo que les estaba pasando, pero se despidieron muy agradecidos y avergonzados, sobre todo, Juan, que fue el impulsor de aquella gesta.
Al pasar con el burro por el lentisco, fueron a recoger el chorizo, porque, vamos, eso de los perros ladrones, es que no se lo podían creer ni en la iglesia. Mas, cuando hallaron sólo las cuerdas que atan los embutidos y algunos trozos de pellejo rojizo, estuvieron a punto de desplomarse desvanecidos. Aquello los superó; no podían dar crédito a lo que estaban contemplando. “¡Eso es imposible!” Gritaron al unísono mirando hacia el cielo…
De bar en bar contaban la aventura a todas horas en nuestra localidad de El Bosque, tema que fue la comidilla local durante semanas.

Y aquí concluyo de contar la primera parte de las reminiscencias de estos episodios sobrenaturales que, desde aquel tiempo a esta parte, no han sido olvidadas aún.
E.V.S.

4 comentarios:

Flamenco Rojo dijo...

Siempre he sido de la opinión que los curanderos o sabios son personas inteligentes e intuitivas que utilizan en sus diagnósticos una mezcla de sugestión, toxicología y prestidigitación. Y como soy una persona escéptica por naturaleza me creo la mitad de la mitad de lo que cuentan los curanderos, que “habelos haylos”.

Un abrazo.

Pd.- La historia de la sabia de Ubrique, aunque yo no me la crea, está magistralmente relatada...as usual.

Anónimo dijo...

DESCENDIENTE
HOLA ,SOY NIETA DE ESTA GRANDIOSA MUJER.ESO QUE USTED DICE ES MUY REAL, AUNQUE PAREZCA LO CONTRARIO A OTRAS PERSONAS.COMPRENDO TODO LO QUE HOY EN DIA SE VE PERO ESTO ES REAL.
SOLO QUIERO COMENTARLE QUE LO DE LAS VELAS DICE MI PADRE QUE NO,QUE ELLA NUNCA PUSO VELAS.SU NOMBRE ES LEONOR PINEDA CALDERON.LE AGRADEZCO LA MANERA DE EXPRESARSE HABLANDO DE ELLA.APARTE DE ESO HIZO MUUUUCHO MAS.
UN SALUDO MUCHAS GRACIAS

Anónimo dijo...

soy nuera de la sabia de ubrique como mi suegra era la conoci bastante y ves si la conoci que mi hijo se callo del carro cerca de su casa en ese momento yo me moria dando chillidos por que el clavo estaba adentro del ojo ella salio corriendo hicoguio el nieto en brazos con un chorro de sangre dentro del ojo y el ojo no se lo veia cuando llegamos jedula paro el hombre a hechar gasolina y el niño no echaba sangre y nos dijo aqui no se llora mas que el niño no le a pasado nada cuando llegamos a jerez lo vio el medico santa maria y entonces santa maria no se le ´habia rallado el ojo entoce yo no me lo creia que el niño no se havia hecho nada que lo mal que hiva y cuado ya se le
destapo el ojito vi que mi suegra era una mujer milagrosa.muchas gracias

Anónimo dijo...

hola soy la bisnieta de la sabia aunque no la halla conocido se que era una mujer maravillosa mi abuela tiene una foto de ella y es guapisima gracias por esbribir de ella y lo que decia de los 3 chorizos no es una estupidez a y los de las velas no es cierto por que mi abuela me dicho que ella no ponia velas yo no tengo mas de dieciocho años yo tengo 11 años bueno mucha gracias.a me llamo RocIo