Es evidente que las nuevas generaciones están dotadas de una formación y una preparación teórica excepcional, que, en nada, se parece a los exiguos conocimientos que la mía obtenía en los primitivos centros docentes de la época. Apenas se experimentaban graduaciones entre los alumnos de las poblaciones pequeñas, casi siempre por los mismos conceptos: la cuestión económica.
Pocos, o ningunos podíamos acceder a estudios superiores, toda vez que faltaban brazos para producir y sobraban bocas que alimentar en casi todas las familias de los hogares del entorno rural; motivo por el cual, había que emplearse, desde muy pequeños –con apenas acabados los estudios primarios- en labores muy duras para el ejercicio de menores; menores que, en la inmensa mayoría de la veces, comenzaban a trabajar, desde los once años en adelante, no, precisamente, por adoptar un estilo de vida de la época, sino por apaciguar un poco los efectos de la gazuza que se padecía.
Mas, esa prematura obligación, generó luces ortivas del devenir y las bases en nuestro país para propiciar un sustancioso elenco de audaces aprendices en todo el depauperado tejido industrial, que poco después comenzó a rentabilizarse sustancialmente, una vez convertidos nuestros jovencísimos aprendices en avezados profesionales cargados de conocimientos relacionados con todos los segmentos laborales de nuestra nación, impulsando una edificante y entitativa generación de obreros que, en definitiva, fueron quienes levantaron a la hundida España de la posguerra: una reconstrucción en toda regla, que remozó nuestra asimétrica piel de toro desde todos y cada uno de sus puntos cardinales.
Hay que decir, en honor a la verdad, que éste fenómeno pudo llevarse a cabo, merced a la predisposición que el gobierno mostró, en éste sentido, para favorecer la aparición de esta dinámica, que convirtió en un taller de aprendizaje a todo el territorio español.
A cualquier taller, fábrica o centro del tipo de trabajo que fuera, llegabas y te encontrabas con un considerable número de aprendices entusiastas, ávidos de aprender trabajando, con la ilusión de labrarse un futuro, bien en calidad de autónomo, o como retribuido oficial de cualesquiera de las mil y una profesión en ciernes.
Por el mismo procedimiento estaban los cortijos, ranchos y haciendas, servidos por estos incansables muchachos, los cuales andaban empleados en las labores propias del campo, instruyéndose en el oficio de gañán. (Éste término da nombre al ejercicio de un conjunto de faenas de labranza): Acarreando agua en frescas alcarrazas a los segadores, cuya siega ejecutaban los mayores manualmente; desperfollando ingentes montones de maíz y desgranándolo; en las variopintas tareas de la era, en la plenitud del estío, sin descanso ni asueto y bajo un sol de justicia; guardando piaras de cochinos, pavos y bestias; aprendiendo el manejo de la mancera del arado, artilugio rudimentario, de origen romano, elaborado con acerada madera de encina; en la recolección de aceitunas, menester en el que se empleaban numerosos grupos de niños y niñas, dirigidos por familiares, con quienes componían lo que llamaban un “banco”, y se ejercía éste trabajo por cuenta propia, por lo cual, los emolumentos que percibían iban en función de la cantidad de fanegas que recogieran. En consonancia con el oficio en solfa aprendimos una cancioncilla que rezaba: “Apañando aceitunas se hace la moda;/ apañando aceitunas se hace la moda./ Quien no coge aceitunas, no,/ no se enamora, no,/ no se enamora./ Mujeres y aceitunas/ son todos uno;/ mujeres y aceitunas/ son todos uno:/ Tienen la carne blanda y el,/ y el hueso duro, y el,/ y el hueso duro…/”
En esos valores sociales crecieron los niños discentes de la posguerra, forjados a la intemperie; al socaire de vetustos talleres; en húmedos arrozales recolectando el fruto almidonado del arroz; a bordo de peligrosos trillos y artilugios de era que trillaban las doradas cosechas de trigo y gramíneas varias; corriendo descalzos detrás de furtivas cabras montaraces, indómitos cochinos y pavos insaciables; pasando noches en vela amasando en panaderías dieciochescas con hornos infernales de llamas cegadoras y temperaturas insoportables…
Se hicieron hombres, hombres que habían dejado la piel de su niñez, adolescencia y juventud, construyendo una maltrecha España, desarticulada por la cruenta guerra civil que padecieron. A cambio, recibieron una vejez prematura sin apenas prestaciones sociales económicas, que los mataba jóvenes, -a los cuarenta años un obrero era todo un anciano. Muchos morían a los cincuenta; a los sesenta todo organismo perviviente se trocaba en pura senectud; eran casos excepcionales los que sobrevivían a los sesenta y cinco y todo un milagro de la Naturaleza, aquéllos privilegiados que han llegado vivos hasta nuestra actualidad, algunos, hasta con un excelente estado de salud; convertidos en vivos testigos inveterados de una época denigrante y ominosa.
Saco a colación todo lo mencionado para exponer la falta de consideración y agradecimiento que la sociedad actual ejerce sobre estas generaciones de oro, repletas de rica experiencia, la cual desdeñan los jóvenes de hoy, como si se tratase de insulsas vivencias de batallitas bélicas.
Sin embargo, muchos de los problemas que hoy acucian a la sociedad, son como consecuencia de desoír e ignorar ese enorme y edificante cúmulo de experiencia que, llevada a la práctica, puede transformar en rentable cualquier negocio o empresa que, por causas de una dirección poco experimentada, resulte deficiente.
Ante tal desavenencia, puede observarse entre los profesionales que hoy ejercen su oficio en el área industrial, prácticas erróneas y deformaciones, en el uso de abalorios y de la tecnología, que la actualidad pone en sus manos. Podría citar varios ejemplos, mas expondré sólo uno que trata sobre la actividad de la construcción, observado en la mala práctica de una faena de encofrado, vital para la buena nivelación de la planta forjada, si se corrige:
Cuando se procede a la colocación de las planchas del encofrado horizontal, sobre las que descansarán las armaduras y el hormigón del forjado de la planta de cualquier inmueble, debe extenderse un cordel, oportunamente atirantado, nivelado mediante cotas topográficas, o con nivelación manual realizada con nivel de agua –sistema vasos comunicantes-. Ello nos servirá de guía del encofrado horizontal. De esta forma nos aseguramos una perfecta nivelación del plano de dicho forjado.
Si, por el contrario, se ejecuta dicha tarea como suelen hacerlo la inmensa mayoría de los moderno encofradores, que consiste en una práctica que ha ido degenerando, a medida que se ha ido expandiendo, mediante la cual, el obrero, en lugar de guiarse por el cordel antes descrito, va colocando y nivelando las planchas una por una, utilizando el nivel de aire como elemento de nivelación.
Esta práctica arroja como resultado final, en el cien por cien de los casos, errores insubsanables, que luego requieren de costosos remedios basados en una mala praxis de dudosos resultados. Lo que se llama una chapuza.
La experiencia almacenada en los entresijos mentales del ser humano, es como la memoria acumulada en el disco duro de un ordenador. Es como un DVD de la memoria colectiva, cuyo uso y aprovechamiento nos proporciona sustanciosas ventajas y garantías en todos los tipos de quehaceres cotidianos.
Afortunadamente, nuestra materia gris, se ocupa de no desaprovechar ni un ápice de ese elemento vital, y lo va atesorando sucesivamente en el prodigioso almacén espiral de su ADN, para el fin que todos conocemos.
Así mismo, si en el ámbito político, como en el laboral o en de cualquier otra disciplina, se aprovechara el conjunto de conocimientos, sapiencias y, en definitiva, experiencia acumulada por nuestros mayores, la vida discurriría de una manera más próspera y desenvuelta.
Pero, más bien al contrario, en cuanto en alguna agrupación política, bloque gubernamental o de cualquier otra índole, aparecen varios avezados señores de edad madura, dispuestos a aportar toda su experiencia y conocimiento para mejorar el desempeño de la actividad correspondiente, ya se le está tildando de gerontocracia a la organización en cuestión.
Es como si los católicos practicantes desdeñaran el sagrado contenido aleccionador de la Biblia, y alimentaran sus fuentes de conocimientos con el cíclico precepto epistolar de la Encíclica.
E.V.S. Julio, 2010
1 comentario:
En muchas ocasiones, no existe motivo para comunicar, ni razón que lo justifique. Pero, cuando se tiene apego a las letras, es como un acto reflejo, instintivo, a veces impulsivo, el que nos lleva a transmitir, en forma de retórica expresiva, o en cascada de sentimientos profundos, todo aquello que rodea un momento de inspiración. Por ello no me extraña que las aportaciones surgidas en este Blog de Emilio Vázquez, emanen de su propia afición, hábito, pasión y costumbre congénita. Surgen por el deseo permanente de librarse del caudal inagotable de su pensamiento y memoria recurrente. Cada semana, encontramos en Odas Lugareñas una nueva entrega de este inigualable amante del lenguaje sin parangón. Emilio está alcanzando con su constancia y perseverancia en la prosa, niveles y cotas relevantes: llega, cala, profundiza, abre los ojos del que se presta a descubrir. Nos introduce en sus placeres y días, en sus incógnitas, filosofía y paradigmas. Vázquez juega con el vocabulario con maestría, delfín de Valle Inclán que nos ubica en su morada, descubriendo hasta el perfil de una escalera.
Se puede estar de acuerdo o no, con lo que nos transmite Emilio Vázquez, pero no se puede negar que cada aportación suya a Odas Lugareñas, suponen la consagración de su entidad como escritor consumado. Surgido desde La Poesía, pero sobre todo, desde el Conocimiento, Emilio va al reencuentro con musas y crucigramas vitales, para descubrirnos aquí, en Prosa de Altos Vuelos, su mundo de riqueza intuitiva y ofrecernos una lección del Lenguaje Universal ¡Cuánto y valioso es lo que enseñas..!Enhorabuena y, no titubees a la hora de llenar el espacio con todo lo que tu mente piensa o posee. Nosotros lo agradecemos…
- Jesús Benítez, julio 2010 -
Posdata: Puede que uno no se prodigue en comentarios aquí a diario, pero tus textos son sentencias que sólo invitan a gesto genuflexiales...
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