E N E L B O Y A R
A los pies del descollante
macizo del pinsapar,
entre sureste y Levante
hay un idílico lar
dividido entre dos predios,
ambos con un hontanar
y un viejo muro por medio.
Cada predio con su casa,
que ambas mueren sin remedio
por estar hechas sus basas,
no con sólido cemento,
sino con vieja argamasa;
lo cual no es impedimento
para que Antonio y Bartolo
la usen como alojamiento.
Viven los hermanos solos,
uno en cada cuchitril
rodeados de chirimbolos.
Y hay cabras en un redil,
y ovejas, y un mamotreto
como un viejo aguamaril
entre dos piedras sujetos
para que beba el ganado.
En la casa hay mil objetos
de parientes desechados,
-la de Bartolo refiero-,
pero el más aprovechado
es un sofá gazmoñero,
descolorido y raído,
donde pone los aperos
cuando en él no está tendido.
Son costumbres de ermitaños
con las que siempre han vivido,
y no cambian con los años,
que ambos tienen ya bastantes,
pero a ellos no le hacen daño
y siguen para adelante
porque son hombres curtidos
como los hombres de antes.
Son ancianos muy queridos,
y ellos son afectuosos
con todos sus conocidos.
¡Y el paisaje es tan hermoso!…
Ante simbiosis tamaña
estábamos deseosos
de acudir a esta montaña
y juntos pasar el día,
en este rincón de España
en comunión y armonía
con estos afables seres;
y el PUENTE nos brindaría
estos silvestres placeres.
Así, pues, nos decidimos
venir con nuestras mujeres.
Muchas fotos nos hicimos,
que abajo se pueden ver.
Y, con pena nos vinimos,
cuando empezó a anochecer.
Más, por lo bien que estuvimos,
hemos quedado en volver.
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