GRAZALEMA REMEMBRANDO A JOSE MARIA EL TEMPRANILLO



Hablando en plata, no me negarán que resulta frustrante el retrato que se hace de él: A lomos de un famélico rocín con pinta de jumento, cuando del mismo se espera contemplar la mítica estampa de un apuesto jinete idealizado, de largas patillas de azabache sobre un brioso alazán encabritado, con relucientes polainas, atuendo campero de corte y confección acorde con su fama y a la usanza de la época, cubierto el anhelado trofeo de su cabeza por un tocado contemporáneo de fieltro y terciopelo y llameante arcabuz cruzado a la bandolera, como corresponde al éxito de la dilatada leyenda de pretendido campeador que se ha forjado en torno a su persona, cuya imagen aquí, se corresponde, más que a un épico bandolero andaluz, al de un aborigen de la lejana Bolivia.

Sí, éste que describo y contemplan en las presentes imágenes era el legendario bandolero José María: A lomos de su cabalgadura y un perfil de su bronceada efigie. La inmortalización se la debemos al foráneo pintor J. F. (John Frederick Lewis). Y no fue por casualidad, que vino con los pinceles y las acuarelas desde la Gran Bretaña, que acudió raudo hacia nuestra querida tierra española, sola y exclusivamente dispuesto a retratar a nuestro inmortal personaje, atraído por su fama internacional.
Por si se pretende saber algo más sobre la verosimil biografía del personaje, diré, solamente para no extenderme mucho, que nació en Jauja –Lucena-, en el 1805, y murió, ajusticiado, a los 28 años, como consecuencia de la traición de un viejo camarada.
Se metió a bandolero porque, como todos sabemos, era un oficio obligado por las circunstancias, casi siempre tristes, como las que empujaron a tal decisión a J. María: Ocurrió cuando contaba tan solo con la temprana edad de 15 años -de ahí el sobrenombre de EL TEMPRANILLO-, durante una riña originada en una romería, en la cual resultó muerto su adversario. Y, entre la horrible sentencia de la horca -penitencia que se le imponía a los autores de este tipo de delitos-y la denigrante vida bandolera, desdeñó lo primero y optó por lo segundo.
Ahí comienza su romántica leyenda.
Pero, en fin, esto viene a cuento, por la estupenda representación o recreación que se viene haciendo cada año, desde hace tres, en Grazalema de episodios ocurridos en dicha localidad relacionados con el citado personaje, a la cual fui invitado por dos buenos amigos, y no me dejó, en absoluto, indiferente. Estas modestas fotos, porque mi cámara no produce mayor calidad, dan fe de mi estancia en el evento que se narra.




El Tempranillo.

Valeroso debió ser
y osado José María
para ser capaz de hacer
todo el trabajo que hacía,

además de complacer,
con suma galantería,
a toda bella mujer
que con su cohorte aprehendía.

Claro, que, sus ricas joyas,
ésas no las devolvía;
así, al tomarlas, decía:
“esto le produce ampollas”,

-si de anillos se trataba-.
Y, con su gran cortesía,
sus blancas manos besaba
al tiempo que repetía:

“Sus manos son como rosas;
y esas joyas que lucía
nunca serán tan valiosas
como el rosicler que usía

lleva en sus dos opalinas
manos, que compararía
con puras manos de ondinas.
¿Para qué la orfebrería?”


Si utilizaban collar,
con el angel que tenía,
comenzaba a suspirar,
y así, José, le hablaría:

“Dejad que las manos mías
le desabrochen del cuello
esa inútil pedrería.
Sin ella estará más bello”.

Las viajeras cuando oían
del bandolero esas cosas
tan dulces y cariñosas,
de amor se desvanecían.

E.V.S.





JOSÉ MARÍA EL TEMPRANILLO /Y TREINTA Y SEIS DE SUS PILLOS


Por los más arduos senderos
de esta vasta serranía
cabalgaba el bandolero
llamado José María.

Se le vio en marzo, en enero,
en agosto, abril o en mayo,
con su cuadrilla a caballo;
él iba siempre el primero

sobre su caballo bayo,
con un fieltro de tocado,
un chaleco de venado
en el invierno, y un sayo.

Cruzando un alto collado
todo el grupo, galopando,
proclamó su voz de mando
con su arcabuz levantado:

-¡Alto! Se está levantando
una enorme polvareda
en esta misma vereda
por la que vamos trotando.

Entremos en la arboleda,
y al despojo pinariego
le prendemos después fuego
para hacer gran humareda;

y así escaparemos luego,
si es que son los Migueletes
ése grupo de jinetes.
Pues verán menos que un ciego.

Volando como cohetes
sobre sus jacas briosas,
entre sierras, ya brumosas,
se fueron los treinta y siete.

E.V.S.









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