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SAN ANTONIO, 2013.

Me agrada aportar y colaborar con mis modestos  conocimientos y vivencias de antaño a esta tradicional revista anual que se viene editando con tanto éxito,  en nuestra Villa de El Bosque, en los días previos a la celebración de las entrañables fiestas patronales en honor a nuestro  Patrón, San Antonio de Padua.
Lo que ocurre, es que, como casi siempre priman las evocaciones en este peculiar género literario, se me está agotando el manantial de los recuerdos; pues, ya he desgranado en múltiples relatos, casi todas las historias, ‘gestas’ y avatares acaecidos en nuestros lares, a lo largo y angosto de mi vida.
Pero, en fin, exprimiremos al máximo el cerebelo, que es la región del encéfalo que integra toda la información recibida, para sustraer de la materia gris añosas remembranzas, al objeto de trasladarlas aquí, y  poder resultar útil, un año más, a la redacción de la susodicha revista, y, en definitiva, a los amables lectores que me hacen el honor de conceder unos minutos a estos exiguos renglones  que me empleo en devanar.
En esta ocasión nos vamos a situar en la remota década del 1950-60. A la sazón, yo estrenaba, a la vez que todos mis desafortunados hermanos Antonio, Ana, Gertrudis, María y Herminia Vázquez Sarmiento; con 10, 9, 8, 6, 5 y 4 años  respectivamente,  la triste condición de huérfano, huérfanos de madre, desde aquel dramático y tristísimo día 2 de agosto de 1956; hace, ahora, 57 años.
Mi madre falleció como consecuencia de un fatídico parto; murió muy joven, a la temprana edad de 34 años. Su proceso premoriente resultó espantoso para mi difunta madre, toda vez que estuvo consciente durante todo el tiempo que duró la larga y cruenta agonía que precedió su desgraciado fallecimiento.  Saco a colación la expresión “cruenta”, porque fue una terrible hemorragia iatrogénica la última patología que acabó con sus días. Mi desconsolado padre, quien contaba con tan sólo 36 años, estaba  convencido que todo aquél trágico acontecimiento fue originado por una mala praxis médica. Por tanto, de haber ocurrido en nuestros días, podría haberse evitado, con toda seguridad, el desgraciado desenlace que, a tan temprana edad,  dejó sin esposa a un desolado marido que la idolatraba, y sin madre a seis infantiles y desalentados corazoncitos, que, nunca, nunca, han logrado olvidar tan terrible suceso.
Siento abrumaros, queridos lectores, con la exposición de este triste acontecimiento. No estoy seguro  si es  oportuna la divulgación del relato en cuestión en el presente medio; lo que pasa es que fue una pérdida tan irreparable para nosotros, un vacío tan profundo que siento muy vivo aún el dolor contenido en mis entrañas; por lo cual, utilizo la redacción del tema en solfa como válvula de escape. Es como si compartiera la carga de una enorme pena para hacerla más liviana.

La historia que narro a continuación, es el principal reporte con que el pretendía participar este año en esta revista; pero, al comenzar a escribir sobre estas páginas, la pluma, empujada por un impulso de naturaleza esotérica, eligió priorizar el tema arriba expresado, abordándolo como si de escritura automática se tratara.
Ahí va, pues, el siguiente:

Lo he titulado,  EL  TÍO  CIVILITO”.
En el establecimiento donde está situada actualmente la Caja de Ahorros denominada “Caja Rural”, estuvo ubicado en la citada década 50-60, un bar al que  llamaban “LA FONDA”.
Estaba regentado por una familia compuesta por cinco miembros: dos hijas, Gertrudis y Charo; un hijo, Antonio; y el matrimonio constituido por Vicente Guerrero y Nieves Horrillo, procedentes de la vecina aldea de  Benamahoma, quienes decidieron instalarse  en nuestro municipio, al objeto de probar suerte en el negocio de la hostelería, adquiriendo, para tal fin, el citado bar, “La Fonda”.
 En esta familia, además de los miembros descritos anteriormente, había otro más, padre de la dueña, llamado Antonio Horrillo, arias “EL TÍO CIVILITO”. El hombre en cuestión era octogenario, con una salud renqueante, que le producía agudas y permanentes dolencias en el aparato respiratorio, como consecuencia de una bronquitis crónica, que le originaba   constantes secreciones mucosas, que no dudaba en expulsar en forma de esputos verdes por la boca, que iban dejando una huella escatológica en los lugares por los que deambulaba diariamente, que, por lo general, se circunscribían a la plaza José Antonio Primo de Rivera y sus aledaños.
El pobre hombre se ve que no recibía la atención adecuada entre sus familiares y pasaba la mayor parte del día vagando por los descritos lugares, blandiendo un viejo bastón que empleaba para apoyarse y para poner en fuga los críos que, haciendo gala de los entretenimientos al uso,  osaban molestarle con sus bellaquerías. 
Dicho esto, ocuparemos este espacio para  hacer una breve descripción de la taberna en solfa, procurando recrear de la manera más fiel posible sus características, funciones y tipología.
Al final, continuaremos con el perfil biográfico del ‘Tío Civilito’
Su distribución era como todas las de la época: empírica, sencilla, austera, poco espaciosa y mal iluminados los espacios cerrados.
 El bar se dividía en dos zonas; en la principal se ubicaba la barra al fondo-izquierda del salón, en el cual se alineaban las mesas con las correspondientes sillas donde se sentaban los clientes para  jugar a las cartas; principalmente, al popular juego de la Malilla. El segundo salón era contiguo, más pequeño, y se encontraba en la trastienda, cuyo uso se dedicaba a clientes que acudieran con parejas, familiares, etc.; que, por lo común, no era muy frecuente encontrarse con mujeres en los establecimientos de copas, ni siquiera acompañadas de sus reprimidos novios. Todavía con los maridos… parecía tolerable.
En la zona de juego, en medio de una densa atmósfera de humo producida por los cigarrillos y el aliento de la cocina,  se amontonaban los clientes, sobre todo, los días lluviosos, empleados en el descrito juego de la Malilla; también en el Tute Subastado, y, en menor cuantía, a la Ronda.  Lo que estaba en juego siempre era un humeante café de pucherete, servido en dos cafeteras, (en una estaba la leche y el café en la otra) que disfrutaban, claro, los ganadores. Pues, a pesar de lo modesto del trofeo, se tomaban en ocasiones la partida con tanta pasión, que hasta alcanzaba visos de verdaderos enfrentamientos. Se organizaban trapisondas de sillas moviéndose, y desafiantes sonsonetes producidos por los nudillos de los aguerridos jugadores sobre la mesa sin tapete, cuando asentaban una baza, en la que el autor de los golpes había debido desarrollar un proceso bien elaborado para su logro.  
Al final no llegaba la sangre al río, y se acababa con la misma camaradería que se comenzaba: Todos tan amigos. Aunque hubo una excepción que, aunque no recuerdo muy bien los detalles, no se me olvida una bofetada que le arreó, Juan Ardila Sarmiento “El Puntivero”, a Bazán, abuelo del matador de toros Jesulín, a quien, la boina que llevaba como tocado, voló varios metros por encima de las cabezas de los atónitos clientes.
El “Puntivero”, a la sazón, se caracterizaba por su fuerte complexión y porque era algo violento; vamos, que se venía a las barbas de momento. Empero, el pobre Bazán, era más bien escuálido, bonachón y poco impulsivo. Y siempre andaba por La Fonda, pues le hacía faenas de encargos y paqueterías a los autobuses “Los Amarillos”, los cuales utilizaban La Fonda como una suerte de estafeta, a cambio de alguna pequeña remuneración que recibía el propietario, Vicente Guerrero, de la citada empresa.
Casi todo el mobiliario se componía de madera de chopo. Sobre el mostrador,  desvaído su color verdoso,  se exhibían, sin protección de vitrinas ni nada por el estilo, viejos platos con boquerones en vinagre; raciones de “menudo” de chivo; muslos gratinados; tapas de huevos con morrón… Las sardinas en arenque colgaban en la pared almacenadas en una especie de capazo de esparto o palma, redondo, situado en un hueco entre las marquesinas y repisas donde  descansaban botellas de Anís El Mono; El Tajo; Marie Brizard…; brandis corrientes
de Jerez, como el Centenario Terry; Fundador; gruesas botellas con un revestimiento lechoso, de Ponche Caballero. Las de licores de menta dejaban ver el llamativo color verde de su producto, para despertar la gula de los consumidores; y, cómo no, el famoso vermut, Cinzano, que, mezclado con agua de sed,  se consumía con verdadera fruición.
En las paredes colgaban murales y carteles de feria; carátulas de cine; poster de toros; de propaganda… Uno recuerdo vetusto,  situado en la pared del lateral izquierdo, conforme se entraba, en
el que se anunciaba un abono con este nombre: NITRATO DE CHILE, flanqueado por dos carátulas de cine, también inolvidables, en las que, en una, se anunciaba, exhibiendo la esbelta figura de una rubia platino, una famosa película americana  en la que actuaba como protagonista Marilyn Monroe, cuyo título era, LOS CABALLEROS LAS PREFIEREN RUBIAS;       en el otro cartel se anunciaba una película mejicana, protagonizada por Pedro Infante y la celebérrima Sara Montiel, (Q.E.D.) con el título,  AHÍ VIENE MARTÍN CORONA. La Primera fue proyectada en el salón de cine de invierno; la segunda, en el de verano; ambos situados en el extinto Molino de Aceite, o  la vivienda en  la que vive actualmente la viuda de Juan  Olmedo CorralesTampoco entonces resultaban tan rentables como negocios los bares, y, sus propietarios se veían obligados a aguzar el ingenio, empleándose en otros oficios y menesteres, para obtener beneficios extras a fin de  coadyuvar a la débil economía que generaba el negocio; así, pues, el hijo de Vicente Guerrero, la emprendió con la fotografía, al mismo tiempo que le echaba una mano a sus padres en el bar, siempre que las circunstancias lo requerían. Llegó a ser un buen profesional de la foto. (Aún se observan fotos de la época con su anagrama). A la segunda hija, Charo, le instalaron un pequeño negocio (tienda) ubicado en la que es hoy la vivienda de Milagros y Manolo el maestro; merced a lo cual, trabó gran amistad con nuestro inolvidable maestro y poeta, D. Julio Mariscal Montes, que impartía las clases enfrente, en el Grupo Escolar José Antonio Primo de Rivera, quien se acercaba cada día a departir con la que llegó a ser su entrañable amiga Charo.
Gertrudis, la mayor de las dos hermanas, continuó en el negocio del bar, ayudándole a sus padres, simultaneando, también, a la costura, en los ratos y días que las tareas del mismo se lo permitían. 
Mientras tanto, el Tío Civilito envejecía con celeridad, dadas las patías pulmonares que padecía. Cada día, parece ser, les resultaba más onerosa su presencia en el inmueble a los familiares, quienes le conminaban a abandonarlo durante todo el día, prácticamente.
El pobre  hombre, vendía madroños y palmitos, respectivamente, en la plaza, dependiendo de qué  época; mas,  obligado por sus infaustas circunstancias, le echó arrestos a las adversidades de su triste existencia, y, con los escasos ahorros de  que disponía, se compró una ‘Reolina’, la cual instalaba los días soleados frente a la plaza, a la puerta de la que es hoy vivienda de Antonio Ramírez Ortega y Araceli, la dotaba en toda su circunferencia de pequeños premios, como ‘trompichas’, ‘perras gordas’, limas de uñas, caramelos y otras chucherías; en un extremo colocaba un trocito de naipe, oportunamente recortado, a fin de que, al accionar el artilugio y girar, fuese  tropezando en las casillas de los posibles premios, al objeto de ir amortiguando las vueltas hasta acabar parándose en el premio que obtenían los agraciados niños apostantes.
Mientras tanto, no podía reprimir los escupitajos que, cada vez resultaban más profusos; le llamábamos los niños, ‘pollos’, no sé por qué.
También tuvo la mala suerte de que su hija murió de un infarto, quedando a merced de su yerno, Vicente, quien desarrolló un desprecio incontenible hacia su persona.
Así, pues, por la tarde-noche, cuando el pobre viejo, temeroso, se veía obligado a regresar al ¿hogar?, sufría imprecaciones desconsideradas y profusas que le sacaban de sus casillas, por lo que respondía y se defendía increpándolo, también;  entre otras lindeces le espetaba de forma recurrente: “ Voy a procurar morirme por San Antonio para perjudicarte y te veas obligado a  cerrar el negocio durante las fiestas; así se acordaréis de mi durante mucho tiempo”.
 Como digo, es la frase que más empleaba para darle donde más dolía: en el bolsillo. De tanto repetirlo y repetirlo; un día y otro, y otro, y otro…,  con tanta convicción, con tanta fuerza, al anciano se le estigmatizó la frase en el cerebro, de tal forma, que aquello tomó carta de naturaleza en su conducta, e iba fraguando un siniestro vaticinio que, ¡COÑO!, acabó cumpliéndose como una maldita premonición. Vamos, con tanta puntualidad, que, la misma tarde del día 11 de junio de 1954, falleció, a los ochenta y dos años, víctima de una insuficiencia respiratoria, cumpliéndose, así, sus tétricos deseos.

P O S D A T A .- La veracidad de este hecho puede comprobarse visitando el cementerio de nuestro pueblo de El Bosque y consultando las inscripciones de las lápidas que están situadas en el pequeño edificio de nichos que se encuentran a la entrada a mano derecha, en el piso bajo, tercer nicho.
Emilio Vázquez Sarmiento.



2 comentarios:

Flamenco Rojo dijo...

Quién va a dudar de la veracidad de este hecho? Yo no desde luego.

Un abrazo.
Pepe Gonce

Flamenco Rojo dijo...

Quién va a dudar de la veracidad de este hecho? Yo no desde luego.

Un abrazo.
Pepe Gonce

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