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CONFESIONES DE UN UXORICIDA 1ª PARTE

Hace Algún tiempo recibí un correo de origen incierto, de esos que el sistema te recomienda no abrir por el peligro que podría conllevar de minar de virus al susodicho sistema. Otras veces me ha ocurrido, pero, en ocasiones, atraído por la curiosidad y el morbo del peligro y a lo desconocido, he acabado abriendo algunos. Un ejemplo:
“ Estimado señor Vázquez, me pongo en contacto con usted para comunicarle que, un rico heredero de Arabia Saudí falleció hace años, dejando una enorme fortuna (34 millones de $) en nuestra Entidad Bancaria, y nadie ha reclamado nunca su herencia; en calidad de director de dicha Entidad, el que suscribe, ha derivado la fortuna a una cartera que nosotros llamamos Fondos de Fideicomiso; si pasa un año más y el estado de la cuenta prosigue sin ser reclamada por ningún familiar del fallecido millonario, no tendremos más remedio que dar cuenta de la misma a la Hacienda Pública de nuestra República, y consideramos una tremenda estupidez desaprovechar esta magnífica oportunidad,  toda vez que dicha Hacienda en este país, la constituye el peculio particular del dictador que detenta el poder, destino final que tendría el montante económico expuesto. Por lo que, tras consultar la filosofía que llevan a cabo numerosas empresas españolas en el desarrollo de su actividad, nos ha salido la suya como la más idónea y la que mejor se ajusta a nuestros criterios de operatividad, motivo por el cual hemos decidido confiar en Vd. los 34 millones de &, transfiriendo dicha suma al número de su  Cuenta Corriente en la Entidad Bancaria que Vd. nos indique.  
Vd. se llevaría el 20% de beneficio de la cantidad en cuestión, debiendo reembolsarnos sólo el resto al Nº. de cuenta AY-000015972200-8009. B.R.
Únicamente le pedimos a cambio la discreción que merece el asunto, y que nos envíe cuanto antes su Nº. de Cuenta y dirección del establecimiento bancario y el número de sucursal. Copia de D.N.I., Domicilio, calle, número y piso, y, por último, sus números de teléfonos, tanto fijos como móviles, a la dirección del Correo Electrónico que a continuación le referenciamos.”
En espera de sus prontas noticias quedamos. Le saluda atentamente, El Hadí Karín.”

Un sollo, vamos. ¿Es posible que tan burdo tocomocho tiente a tantos cibernautas como dicen?
Inmediatamente di cuenta de ello, trasladando el Email recibido al Correo de  la Unidad Policial Informática que se ocupa de estos asuntos, quienes, amablemente, me respondieron en breve agradeciéndome la colaboración. Pero, todo hay que decirlo,  cuando recibí el siguiente correo de este tipo también lo denuncié, y no recibí respuesta alguna, a pesar de que lo volví a enviar por si no lo hubieran recibido la primera vez.

Pero, asómbrense, pues, el correo recibido hace días, nada tiene que ver con el que arriba hago referencia; este resulta mucho más inquietante, y parece que es real. De ahí el título del presente reporte.
Pensé que, la analogía de su contenido sería idéntica a los anteriores, así pues, los abro desde un ordenador que tiene ya doce años, y me digo: “bueno, si se avería la torre por el efecto pernicioso de los posibles virus que pueda arrastrar el correo…”
Total que comienzo su lectura por curiosear, y me sorprendió sobremanera.  Inicia como sigue:

“Me llamo Marco Antonio y soy natural de Latinoamérica, (no considero oportuno citar mis apellidos, la nación, ni la pequeña  población de donde soy natural, por motivos obvios) tengo 46 años de los que llevo cuatro de ellos  preso; me condenaron a 16 por matar a la que fue mi mujer, Alicia. Cuando esta irreparable desgracia ocurrió, ella contaba con sólo 24 años y yo con treinta y uno.

Creo que para comprender mejor la descrita historia, debo comenzar el relato desde el dichoso día en que nos desposamos:
Cuando contrajimos matrimonio allá en nuestra bonita población ribereña, tras dos años de feliz noviazgo,  éramos un referente para la población soltera  de mi localidad por la felicidad que irradiaba la pareja que constituíamos; admirados por cuantos nos conocían, nadie podría sospechar que, tras emigrar e instalarnos en España, en un bullicioso barrio de Madrid, iba a dar un giro tan torvo, en 180 grados, aquella amante, joven y cándida esposa; pizpireta, de ojos grandes y marrones, melena corta y morena, de 1,66 m. de proporcionada estatura y con un  timbre de voz que embelesaba con su dulce acento americano. Era la mujer perfecta, la esposa ideal, la ninfa de mis sueños: leal, complicidad mutua y recíproca en la pareja que ambos formábamos, fiel y amiga, mi confidente, mi compañera; responsable y trabajadora. Un cúmulo de virtudes a primera vista inquebrantables que, en nada me hacían presagiar el posterior drama  que iba a ocasionar en nuestro feliz matrimonio el repentino cambio de conducta que se produjo en su persona, cambio inextricable que la llevó a incurrir en los más viles episodios de continuos adulterios y vejaciones innombrables que me llevaron al borde de una psicosis.
Ella se había graduado en auxiliar de clínica y obtuvo pronto un trabajo eventual en un hospital concertado, aunque no muy bien remunerado; pero uniendo el importe de  su jornal al de mi sueldo de delineante proyectista de obras, (trabajo que obtuve en una inmobiliaria rápidamente, al principio del boom del ‘ladrillo’), podíamos permitirnos vivir bien. Alquilamos un buen piso amueblado por un precio módico en la barriada llamada coloquialmente ‘El Pozo del tío Raimundo’, que durante un feliz período de tiempo fue nuestro nidito de amor.
Aunque la Madre Patria es muy acogedora, sobre todo con sus hermanos sudamericanos, nos costó un poco adaptarnos por quedar nuestras raíces allende los mares, por nuestras costumbres culinarias, etc. Pero el calor social que desprende España y el buen acogimiento de los españoles para con nosotros, suplieron aquellas añoranzas y no tardamos en superar dichas incidencias.
Al instalarnos en Madrid convinimos de mutuo acuerdo no traer niños al mundo hasta que, pasados unos años, tuviésemos una situación económica más sólida y una vivienda propia, para poder ofrecerle a nuestra descendencia un hogar propio y digno; cuyos objetivos resultan muy complicados de lograr cargados de una prole que, en cuidados, alimentos y ropa, precisan de una profusión de gastos  que no nos permitirían ahorrar lo suficiente para llevar a cabo el fin que nos propusimos. Para evitar esa contingencia, había que evitar que ella fuera fecundada, bien con medios anticonceptivos, o…
Como ella tenía conocimientos básicos de medicina, consideró la posibilidad de que yo me practicara una vasectomía reversible, cuya intervención –me explicó- “es muy simple y no conlleva complicaciones de ningún tipo. De ese modo, nuestra actividad sexual resultaría más rica y  placentera y sin correr riesgo alguno de caer en un embarazo no deseado. Piénsalo bien y, si te decides, lo organizamos todo en el hospital donde trabajo, en el cual se llevan a cabo numerosas operaciones de ese tipo. Ninguna dura más de media hora. Y, al cabo, cuando consideremos que es el momento apropiado, una nueva intervención de veinte minutos, te devuelve tu capacidad de fecundar de nuevo. ¿Entendido?” – Humm; eso de esterilizarme… En fin si tú lo consideras oportuno, no se hable más: al grano.

Tal como ella afirmaba, la pequeña intervención se llevó a cabo en 15 o veinte minutos, y, a la semana siguiente me quitaron los puntos sin que surgieran complicaciones. Pero me sentía yo un poco acomplejado; tan joven y ‘recién capado’… Acabé acostumbrándome; pero procuramos llevar el asunto con la máxima discreción para que no cundiese el evento entre los vecinos, amigos y compañeros de trabajo. Pues con su divulgación corría el riesgo de convertirme en blanco de chanzas y chismes entre mis conocidos, como suele suceder en estos casos.

Mi chica volvía feliz  cada día de su trabajo a bordo de un autobús que, tras cuatro paradas, la dejaba a la puerta de nuestro domicilio. Cuando yo volvía de hacer mi jornada ya estaba allí esperándome, me recibía con sendos besos apasionados que, a veces, nos llevaban hasta la alcoba. A ella le encantaba hacer el amor cada día, bueno, a ambos, pues yo accedía encantado a sus eróticos deseos. Nunca la defraudé, de cada encuentro salía plenamente complacida; al menos es lo que yo experimentaba, motivo por el cual yo la consideraba en ese sentido, una mujer satisfecha.
Cuando acababa su turno a las doce de la noche, la recogía yo mismo a la puerta del hospital con un viejo Seat Córdoba que adquirí en una casa de compraventa con los primeros ahorrillos que reunimos; pues, nuestra Cuenta Corriente, era común toda vez que nos casamos por lo que acá se conoce como Régimen de Bienes Gananciales. Mas, cuando le tocaba el turno de noche, (que eran rotativos) comenzaba a las cero horas y acababa a las 0,8 horas. Entonces, cuando ella llegaba,  yo ya me había marchado para  el trabajo, dejándole notas de amor adornadas con corazoncitos   pintados en rojo sobre la mesa de la cocina. Ella –según me comentaba- las leía sonriente y las besaba-. Antes de acostarse desayunaba  y dedicaba buena parte de la mañana al ejercicio de las tareas del hogar. Varias veces al mes –lo mismo que hiciera yo- telefoneaba a nuestros familiares de allá. Los fines de semana que libraba, visitábamos cogidos de la mano el Museo del Prado, la Plaza Mayor que le gustaba mucho por los sillares de granito tan impresionantemente concertados, La Casa de Campo, La Puerta del Sol…
¡Era todo tan idílico…! La dicha continuó sonriéndonos a lo largo de todo un año; hasta que al cabo del cual, ingresó en el hospital un paciente aquejado de una afección de cefaleas tensionales, según me explicó ella, quien siempre me contaba el desarrollo de su actividad cotidiana en el hospital. Total, que mi difunta esposa formaba parte del personal que lo atendía; ella era la encargada de tomarle el pulso, la fiebre, controlar el gotero, etc., etc.
                                            

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Quе buеn trabajo has heсhο con esta pаgina web.
Cоntinua asi.
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Anónimo dijo...

Que buena tu pagina que has titulado "CONFESIONES DE UN UXORICIDA 1ª PARTE" .
Continua asi.
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