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FIESTAS PATRONALES DE S. ANTONIO DE PADUA.

El día 13 de junio de 1231, murió en Pádua, (Italia), tras largas y milagrosas peregrinaciones, por el sur de Europa, proclamando su profunda fe cristiana, con prédicas que solazaban hasta los peces más esquivos, Fernando Bulhoes de Azevedo, nombre de pila de nuestro venerado S. Antonio de Pádua. Tan sólo vivió 36 años, 36 intensos años que consagró a la dura entrega de su fervorosa Fe cristiana, bajo el hábito franciscano que constituyó siempre su atuendo, desde que se sometió a la advocación a ésa Orden Religiosa…

Bien, pero no estoy aquí para redactar su milagrosa hagiografía, ni mucho menos. Con este breve proemio, sólo intentaba recordar que, las celebraciones festeras en honor a nuestro Santo Patrón, comienzan en nuestra Villa de El Bosque, en las mismas aciagas calendas en que sobrevino la muerte al Santo en Pádua, localidad de la que adquirió el acrónimo que sigue a la adopción del nombre de Antonio, (S. Antonio de Pádua). Así, pues, el mayor milagro realizado por nuestro Santo, ha sido saber conciliar tristezas con alegrías cada día 13 de junio en nuestra localidad de El Bosque, toda vez que en su honor, celebramos en dicha fecha simultáneamente las fiestas patronales, y el día de su triste fallecimiento.

Se da la consabida circunstancia de que, a la sazón, celebra su onomástica el mismo día 13 de junio nuestro ex –me cuesta y apena describir esa expresión- alcalde Antonio Ramírez, un gran regidor que nos deja llenos de consternación con su marcha. Describir la ingente labor prestada a nuestra Villa y el desarrollo exponencial experimentado durante su estancia al frente de la Corporación Municipal de su venerado pueblo de El Bosque, llevaría horas y tochos de folios en su empleo. No me extiendo más en el asunto por no dar a entender que procuro deificar a su persona, aún siendo de justicia su ensalzamiento porque, en mi opinión, ha sido el más grande Regidor que jamás haya presidido nuestro municipio de El Bosque. Pero, todo tiene su comienzo, su desarrollo y su fin, y como tal, hay que asumirlo.
Aprovecho este espacio para advertirle a la Corporación entrante que, al menor descuido, es muy fácil incurrir en una deflexión antinómica de la que todos saldríamos malparados. Así que, ¡ojo y buena suerte!

Las fiestas comienzan con el encendido e iluminación de sus calles y verbena, realizado en ordenados tendidos aéreos de tiras dotadas con cientos de bombillas que eclipsan las rutilantes estrellas, intercaladas con las clásicas banderitas variopintas, grímpolas y gallardetes, amenizado por música y cohetes que hacen las delicias de los videntes en la prima noche, iluminando con su trayectoria el alto cielo con su fuego fugaz y cegador, culminando su itinerario con estruendos que aseguran la percepción de los oídos más duros, para que nadie quede indiferente a la víspera anunciadora del Sanantonio.

Desde ese momento inicial el espíritu de los vecinos se insufla de ilusión y alborozo y las patologías más leves desaparecen temporalmente como por arte de magia, dejando a los lugareños dispuestos y compuestos para disfrutar de varias jornadas de entrañable y placiente juerga.
Al amanecer del siguiente día nos vuelven a recordar los artificios sonoros, combinados con alegres pasacalles, orquestados por la extraordinaria Banda de Música de El Bosque, que la feria reclama nuestra presencia, porque el acto más relevante de la celebración, la procesión de rigor, está a punto de salir, con el venerado Santo Patrón y el Niño de Dios entre sus brazos sobre la base de un Paso que soportan estoicamente los robustos omoplatos de una cuadrilla de chicos dotados de fuerte complexión.
Al fin, un campaneo procedente de la torre de espadaña que se erige sobre el sencillo templo, en sonora competencia con los cohetes, proclama a los cuatro vientos el último aviso del evento religioso que está a punto de atravesar la puerta principal de la iglesia, a los compases marciales del instrumental de los músicos, que marcará el ritmo procesional de los costaleros.
Las calles que confluyen en la plaza se traducen en afluentes por cuyo curso se apresuran hileras y grupos de fervorosos feligreses que acuden con devoción a incorporarse a la apretada muchedumbre que se congrega a las puertas del templo, para disfrutar un año más de la Divina salida de nuestro Patrón, San Antonio. Entonces suena, bajo un respetuoso silencio generalizado, el egregio Himno Nacional, divinamente –nunca mejor dicho- interpretado por una banda de música, inmaculadamente uniformada y concentrada en las partituras que traducirán audazmente en los acordes de las marchas religiosas que amenizarán el itinerario de la concurrida procesión.
Acabado nuestro glorioso himno, todo se desboca por momentos, haciéndose más y más intenso el ulular de las campanas, la exhalación de los cohetes y los recurrentes -¡Viva San Antonio! ¡¡¡Viva san Antonio!!! -¡Guapo, guapo, guapo!.. -¡¡¡Vivaaaa!!! ¡¡Vivaaaa!!
El aire se puebla de una simbiosis de humo, exclamaciones y tañidos de campanas que sorprenden a las palomas y tórtolas que circunvuelan el espacio y a los más pequeños que, por primera vez, participan de este acto tradicional, del que, sin duda, será –por arte de la Divina influencia- asiduo compareciente durante toda su vida.
Los costaleros, dulcemente contagiados y embargados por la emoción y la algarabía del gentío, mueven con exceso la efigie del Santo, haciéndolo ‘bailar’ descompasadamente, como si deseasen hacerlo partícipe de la algazara y la alegría de todos los presentes devotos.

Al fin se aplaca el reverente alboroto ocasionado por la presencia de la Santa Imagen, y emprenden los acólitos de San Antonio de Padua la ruta procesional, integrándose en una doble fila de acompañamiento y un nutrido séquito detrás de la comitiva; reinan los solemnes sones de instrumentos y tambores a todo lo largo del recorrido por el suelo y, por el aire, el incesante campanear y los cohetes que, dispersan de muevo las bandadas de aves que surgen en derredor.

Algún que otro creyente impedido aguarda en el interior de las puertas de sus hogares el paso de San Antonio; cuando se acerca y pasa por delante, con las manos yuxtapuestas y embargados por una inquebrantable fe conjugan ruegos y lágrimas, implorando una milagrosa curación a su venerado Santo. Hay testimonios de que algunos experimentan una notable mejoría, ya sea debido a la Acción Divina de nuestro Patrón, o al curandero que todos llevamos en la hipófisis. De cualquier forma, el Santo está, sin duda, implicado en la panacea, pues, el desencadenante es la fe; fe que en esta ocasión le ha transferido, tal vez de forma inconsciente, lo que representa para el enfermo los poderes sobrenaturales de nuestro Santo Patrón.
Al término del acto, en espera de los resultados de la contingencia sanadora, continua su camino la comitiva, y se despide el paciente con rezos y persignaciones.

Tras una o dos horas de peregrinaje por diversas calles del pueblo, regresan al templo, Sagrado hogar de San Antonio, a cuyas puertas vuelven de espaldas al Santo, para facilitar la entrada del Paso al objeto de que quede dispuesto para volverlo a sacar cómodamente el día de la Romería, sin giros bruscos que entorpezcan la delicada tarea. Se salvan varios peldaños de la escalinata que accede a la iglesia, recalando en un desembarco que constituye una terraza, en la que exhiben al Santo para que el pueblo reciba sus bendiciones, momento en que se repite el Himno Nacional. Y es entonces cuando se desata la locura colectiva, las múltiples exaltaciones al Santo Patrón, con triplicada intensidad y vocerío que a la salida.

Varios minutos después el gentío se dispersa y se prepara para hacer su incursión en la verbena cubierta, ubicada en la Plaza de la Constitución, y continuar celebrando –esta vez a golpes de cerveza y rebujitos- la fiesta que comenzó de forma fervorosa, con la sacra procesión y que, con toda seguridad, acabará con más de uno convertido como un odre etílico que le pasará factura a sus intestinos y neuronas, si la esposa no lo ha remediado a tiempo. Allí en la plaza nos entendemos a gritos, porque los alegres compases de los pasodobles, sevillanas y demás repertorio musical, engullen el espacio del silencio, y tenemos que felicitar a los Antonios de nuestra Villa de El Bosque, que no son pocos, como digo, gritando y estrechando los cinco fuertemente. (Desde aquí les deseo una onomástica feliz a todos los Antonios y, por añadidura, al resto de los vecinos de El Bosque)


En la presente edición sólo han querido colaborar conmigo las musas procesionales; esperemos que me asistan en la próxima las Bayaderas, que son las más alegres y bailarinas para, de éste modo, danzar con ellas redactando la romería y la verbena.


Posdata.- Envío desde aquí un cariñoso saludo y mi más profundo deseo para, que mediante el difícil ejercicio de la resignación, alcancen en breve el sosiego y la paz que se merecen los familiares de los seres queridos desaparecidos recientemente: nuestro inolvidable Germán Romero, el jovencísimo adolescente David Cámara, Antonio García Periañez, José Pérez, mi buen amigo José Benítez, Francisca Ardila, José ‘El Colorao’, Torres…, y, en fin, todos los queridos familiares y paisanos que se nos han ido para siempre.

El Bosque, junio de 2011. Emilio Vázquez.

2 comentarios:

Flamenco Rojo dijo...

Ya queda menos para San Antonio...Espero disfrutar de los festejos junto a mis amigos bosqueños. Este año haré por primera vez la romería. Te veré por la villa y nos tomaremos una copa a la salud de los Antonios.

Un abrazo.

ARO dijo...

¡Viva San Antonio!, un santo que nunca cayó en deflexión antinómica.

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