LA POSGUERRA ESPAÑOLA EN UBRIQUE

CRÓNICA DEL SECUESTRO Y ASESINATO DEL COLONO UBRIQUEÑO FRANCISCO MORENO LÓPEZ, POR ROBARLE SU MODESTO ACERVO REUNIDO CON MIL FATIGAS Y SUDORES; LO ENTERRARON EN UNA FOSA COMÚN DEL CEMENTERIO DE EL BOSQUE (CÁDIZ).

R E L A T O

EMILIO VÁZQUEZ SARMIENTO
El Bosque

Lo mismo que ocurría en toda la cárdena piel de toro de la España de la posguerra, el fantasma de la misma se cernía sobre Ubrique como una espada de Damocles. La práctica totalidad de los lugareños afines a la extinta república, próximos a cualquier desaparecida formación de izquierdas, agnósticos e incluso neutrales que ni abrían ni cerraban las manos en forma de saludos militantes, apenas podían conciliar el sueño en sus mullidos catres, manteniéndose en vigilia sentados sobre sus bordes o dormitando recostados con los ojos entreabiertos y los oídos alertas; y ni insectos malófagos ni hemípteros indeseables eran los responsables del pertinaz insomnio, pues, aunque humildes los colchones, de paja henchidos y remendadas las sábanas de áspera muselina, estaban escrupulosamente desparasitadas y primorosamente limpias, merced a la abnegación de aquellas enlutadas y sufridas amas de casa, llenas de inagotable energía para la brega y las labores del hogar, en cuyo ejercicio se empleaban como objetivo exclusivo.
El causante del dramático desvelo estaba originado por el criminal ejercicio de las terribles sacas que practicaban los mesiánicos caballeretes vencedores de la cruzada para con los infaustos derrotados y sus inocentes familias en una injusta represalia que se hacía interminable y pavorosa.
Cualquier falsa acusación, denuncia infundada o espoleada por envidias subjetivas, o por el inicuo deseo de apropiarse del escaso patrimonio que había escapado a la confiscación de leguleyos invictos de la susodicha cruzada, era motivo más que suficiente para arrastrar a un inocente al paredón.
Así sucumbieron muchos padres de familia, hijos de combatientes, e incluso niños y angelicales lactantes a manos de los homicidas afectos al régimen represor.

Uno de los numerosos, tristes acontecimientos sale a la luz a principio del presente siglo XXI cuando se promulga un decreto denominado Recuperación de la memoria histórica. Con dicha promulgación se investiga sobre los asesinatos inquisitoriales en solfa y se saca a colación un listado de un nutrido grupo de aquellos aciagos interfectos ubriqueños vilmente asesinados en el término municipal de El Bosque e inhumados de mala manera en el camposanto de dicha localidad.
Beneficiándose de la expresada ley proceden sus familiares y amigos, tras cumplimentar los trámites pertinentes, a la exhumación de los restos para poder llorarlos y darles digna sepultura en el cementerio de la localidad que les vio nacer y no pudo verlos ni envejecer ni morir junto a sus seres queridos merced a la proterva actuación de aquellos criminales.

En la presente monografía pongo en solfa el infausto avatar de uno de aquellos desdichados para que con su divulgación se conozcan las cotas de maldad y alevosía que pueden alcanzar individuos de tan mala calaña en circunstancias como las que acontecieron en la posguerra que nos ocupa:

El día había sido largo y tórrido como lo son en su mayoría todos los del verano en nuestra comarca serrana, por lo que el pobre colono (así se llamaba a los braceros que explotaban a medias o a porcentaje las fincas de los señoritos) volvía exhausto de una dehesa de El Bosque en la que se empleaba a fondo de sol a sol en sus duros menesteres cotidianos cuidando dos yuntas de mulos, una pequeña manada de cabras, pavos y gallinas y labrando la tierra de cuya cosecha obtenía el 50% de su rentabilidad, así como la de los animales antes mencionados. El resto de las ganancias iba a engrosar el pecunio del señorito en cuestión.
Volvía, como digo, a lomos de un mulo a su humilde hogar, ubicado en la calle Jesús, número 19, del municipio de Ubrique. En el serón de la cabalgadura portaba melones, sandías, huevos, dos capones, tomates y berenjenas para aderezarlos al cocinarlos su amada esposa, Catalina Bohórquez López, de 46 años de edad, y alimentar a su prolija prole compuesta por nueve retoños, que se mencionan por orden cronológico a continuación: Ana, Isabel, Cristóbal, Juan, Francisco, Pepe, Antonio y Luisa.
Anochecía cuando, ayudado por su mujer, descargaba y desaparejaba el mulo. Acomodado éste y obsequiado con un profuso pienso de cebada y paja, se disponía Francisco Moreno López, que así se llamaba nuestro interfecto protagonista, a asearse la cara y las extremidades en una suerte de tina, peinarse y mudarse de ropa como era habitual cada noche. Una vez acabado el susodicho menester, sacó del bolsillo del chaleco su encendedor de mecha e hizo ademán de encender un cigarrillo artesanal de picadura verde que, previamente, había liado; mas su mujer, con un tierno y conyugal requerimiento, le invitó a que se sentara a la mesa ya dispuesta para la cena, rodeada por su nutrida descendencia, a lo que accedió gustoso guardándose el mechero en el bolsillo del chaleco de paño y ajustándose el cigarrilo a la oreja izquierda para su posterior consumo tras el postre.

Francisco era un hombre de limpio pasado y sin connotaciones políticas ni eventos que lo asociasen con la recién pasada guerra fraticida. Él era un hombre de su tiempo que solo se ocupaba de velar por el bienestar de su familia, procurándole los recursos para que dicho bienestar se materializara cada día, en la medida que su situación y sus fuerzas se lo permitían. Su vocación era el trabajo y sus credos su familia. Lo cual le hacía pensar que podía vivir sin los sobresaltos y el miedo que embargaban a buena parte de paisanos que pudieran haber ejercido cargos o afinidades políticas. En fin, que vivía con relativa tranquilidad; mas aún así y todo, nadie estaba plenamente seguro. Los hechos lo demostraron: No había acabado de comerse el plato de puchero primorosamente cocinado por su mujer, cuando irrumpieron dos violentos individuos en el cuerpo de casa conminándole de malos modos a que le acompañase sin dilación, a lo que él, sin oponerse, preguntaba sobresaltado que “¿adónde; para qué; por qué; quienes son ustedes?” Como respuesta a las interpelaciones los extraños sujetos lo tomaron violentamente por los brazos reduciéndole, ante los gritos despavoridos de su sorprendida familia, que no salía de su estupor ni entendía nada, de la cual ni siquiera le permitieron despedirse; el cigarro se precipitó al suelo cuando, mirando a su progenie, volvía el rostro desencajado manifestando gritos de dolor , rabia e impotencia mientras lo sacaban a empujones arrastrándole por la callejuela abajo hasta recalar en la calle S. Sebastián, donde lo introdujeron a bordo de un vehículo, en el cual seguramente, le esperaban otras víctimas de las criminales sacas.

Se supo que, de los inicuos autores de la saca, uno era el hermano mayor de un conocido sujeto que ejercía de guardia municipal en el municipio de El Bosque durante aquellas aciagas calendas; y quien ordenó aquella malvada cacería fue el propio propietario de la dehesa en la que trabajaba Francisco, por el solo hecho de arrebatarle el modesto acerbo que Francisco había logrado reunir en la maldita finca con mil fatigas y sudores.
A Francisco lo fusilaron esa misma noche en las viejas murallas del cementerio de El Bosque. Móvil: La criminal avaricia, la avoleza y la envidia desbocada que experimentaban estas malvadas hienas ante cualquier síntoma de prosperidad en sus esclavos, porque los obreros que prestaban sus servicios los consideraban eso, esclavos, de cuyas vidas podían disponer hasta quitárselas, como así lo demostraron.

Este era uno de los numerosos ‘motivos’ por los que tantísima gente inocente fue vilmente asesinada, por arrebatarle lo que con tanto esfuerzo y sudor habían ganado.

Por sujetivos motivos de convivencia se reserva el autor el nombre del ‘cerebro’ y los secuaces que ejecutaron el sanguinario asesinato; mas si la presente monografía es leída por coetáneos de la época que se refleja, no tengo sombra de duda que rememorarán su sacrílega identificación.

El Bosque, siglo XXI.

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