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No olvidaré, ¡qué dolor!,
los latidos y el husmeo
que en las zonas de campeo
practicaba mi Leonor
cuando me hacía compañía
por un rancho de oliveras
ubicado aquí a la vera
de donde Leonor vivía.
Aún si mi perra seguía
muy de cerca alguna presa
por medio de la dehesa,
yo la llamaba y venía.
Siendo tan disciplinada,
ocurrió un aciago día
que: se fue de cacería
y no volvió a su morada.
La buscamos por doquier
hasta en profundos abismos
mi ‘Melu’, el ‘Moro’ y yo mismo,
y no la pudimos ver.
¡Ay, Leonor de mis entrañas!
¿Cómo fue que te perdiste?
¿Cómo desapareciste
de esa forma tan extraña
sin dejar rastro ninguno?
Y por más que la buscamos
ni su cadáver hallamos,
ni huellas, ni indicio alguno.
Si ha muerto y existe cielo
para perra tan leal,
que Dios la eleve del suelo
a esa gloria sideral.
Otoño 0.8 E.V.S.
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